Hermandades y Cofradías - La Semana Santa de Sevilla.


"La palabra Cofradía y la palabra Confraternidad, ambas derivadas de la latina  Confrater, o de la griega Fratria, en sentir de Vera y Rosales quieren decir: congregación de algunas personas que viven como hermanos, con leyes particulares para ejercitarse en cierto ministerio; significación que da también el mismo Vera y Rosales a la palabra Fratria siguiendo a Aristóteles. Sinónima o de igual significado es la palabra Hermandad, con la diferencia de que procede de la castellana hermano.

Antiquísimas son en el concepto literal espresado las Cofradías, Confraternidades o Hermandades, pues según Rossino en tiempo de Rómulo hubo una en Roma compuesta de doce individuos, llamados Arvales, o Fratres Arvales, porque su misión era ofrecer sacrificios a Ceres y a Baco por la fertilidad de los campos. Canónicamente hablando, llamamos Cofradía, hermandad, etc., a una congregación, asociación o reunión de personas, que con leyes o estatutos particulares autorizados competentemente, mirándose y tratándose como hermanos, tienen por objeto el ejercicio de actos piadosos para mayor culto de Dios, de la Santísima Virgen y de los Santos, y el aprovechamiento espiritual de los fieles.

Comúnmente las palabras Estación, Procesión y Cofradía se tienen por sinónimas, y se hace uso de ellas para significar las procesiones de Semana Santa, expresando a la verdad diferentes cosas; pues la palabra Estación, procedente del verbo latino Sto, indica el término, templo ó paraje á donde se dirije una procesión, y en el que hace parada para la práctica de algún acto ó ceremonia.

Damos el nombre de Procesión, voz derivada del verbo también latino Procedo, ó de la palabra Processio, igualmente latina, que quiere decir marchar ó pasar adelante, al acto en que son conducidas ó llevadas las Sagradas Imágenes con pompa y solemnidad; ora públicamente por las calles y plazas de una población; ora privadamente, ó sea por el interior de un templo; y por Cofradía se entiende la reunión o congregación de personas con el objeto antes espresado.


Tiempo es ya de advertir, que las Cofradías, como todas las instituciones piadosas, tienen sus particulares contrarios ó enemigos. De estos unos, y son de los que ahora vamos á ocuparnos, afectando una religiosidad extremada, menoscaban el crédito y buen nombre de las mismas, con proposiciones en extremo perjudiciales, como son: afirmar que las cofradías no están impulsadas de espíritu y fervor religioso; que son causa de irreverencias y de públicos desacatos, y que sólo sirven para distraer la atención de los fieles de objetos más dignos de la consideración del cristiano, en días tan santos. Unas breves reflexiones evidenciarán la inexactitud de cada uno de estos asertos.

Penetrar el corazón del hombre para conocer sus afectos, y saber la causa de sus operaciones y movimientos, á sólo Dios es dado, jamás a la criatura mortal. Dotada ésta de facultades limitadas y finitas, no puede salir de la esfera de la materialidad, y aún en su órbita ¿cuánto no se equivoca? Sus juicios son falibles; sus cálculos errados, y sus más razonadas determinaciones, ilusión y engaño ¿qué será cuando trate de entrar en el sagrado de las interioridades del corazón humano, para registrar sus senos, y cerciorarse de sus deseos, aspiraciones é intentos? Si esto, pues, no es permitido á la inteligencia del hombre ¿podremos calificar los actos humanos, y discernir las intenciones, para dar á aquellos el valor que les sea propio? De modo alguno. Luego, es un arrojo, una osadía temeraria censurar las operaciones y censurarlas cuando se relacionan con objetos venerandos. Fiscalizadores de acciones extrañas ¿no meditáis las consecuencias de vuestro ligero proceder? Pues escuchad: con vuestras indiscretas aseveraciones preciándoos de religiosos, hacéis coro con los mismos enemigos de nuestra Fe, pues aunque inconscientemente alentáis al indiferente en su frialdad y apatía, y al impío en sus desprecios y burlas a la religión del Crucificado, dando ocasión al descrédito de sus más augustas prácticas. En una palabra: vuestras inmeditadas reflexiones son armas que dáis á los adversarios del nombre cristiano, para que hieran y vulneren lo más sagrado de la Religión, impune y cruelmente. Ved, pues, los efectos de tan irreflexiva proposición.

Si en las cofradías se han notado faltas, si las hay, y puede haberlas ¿qué institución, aún de aquellas que por su clase y naturaleza distan más de las contingencias humanas ha carecido de ellas? Y suponiendo que las haya ¿no será una injusticia juzgar á la generalidad por el resultado que ofrecer pudieran una que otra? ¿Qué cosa hay que esté exenta de faltas, ó de que el hombre no haya abusado? Si á este hubiera de privársele de todo cuanto abusa, necesario sería privarle hasta de su existencia, porque de nada hace peor uso que de esa preciosa dádiva del cielo, según dijo muy oportunamente, hablando de este mismo asunto, un periódico de esta capital.

Si el espíritu religioso no es el alma de las procesiones de Semana Santa, si la piedad no es el elemento que las dirije y vivifica ¿qué poder, qué fuerza mágica las ha sostenido en todo tiempo, principalmente en el nuestro, que la falta de recursos por un lado, la sátira de la impiedad por otro, y mil encontrados obstáculos tenazmente las contrarian? Luego el poder, la eficacia de la Religión debe ser el fundamento firmísimo de las cofradías, y el brazo poderoso que las ha sostenido y las sostiene y ampara. Si estas corporaciones cifraran en ideas mundanales, hubiesen ya concluido, como termina y acaba todo lo que estriba en fundamentos etéreos y deleznables. Por tanto, forzoso es confesar, que la piedad y religiosidad más acendrada forman el carácter y especial distintivo de las procesiones de Semana Santa.

Dícese también que estas son causa de desacatos ó de públicas irreverencias; ¿sucede lo contrario con las demás procesiones? Si el celo religioso es tanto en los declamadores de esos abusos, deben con especialidad manifestarlo en las ocasiones que saliendo la Magestad Suprema Sacramentado por las calles, recibe ofensas, en vez de adoraciones; pues aquellas entonces, son de tanta mayor diferencia, cuanta es la que hay de lo real á lo figurado. Se alegará tal vez, que las procesiones de Semana Santa siendo innecesarias, su omisión evitaría las irreverencias que con ellas al Supremo Ser se causan. Más ¿qué razón hay para que entendiéndose el mal á toda clase de procesiones el remedio sea privativo de las cofradías? Y si las de estas corporaciones producen algunas faltas ¿qué acto de religión, aún el más augusto y venerando no las motiva? Si todo lo que da ocasión á ellas hubiera de prohibirse, era preciso que cesaran todas las prácticas religiosas, y hasta cerrar los templos, porque á veces en ellos se cometen mayores desacatos y desmanes que en otro lugar alguno.


Empero, si las procesiones de Semana Santa no están exentas de algunas irreverencias, son estas menos que las que ocasionan otros actos ó prácticas. En efecto, la piedad y devoción que respiran, el orden y compostura que las caracteriza, con la autoridad y magnificencia que les da el genio y el talento que en ellas se admiran, son otros tantos atributos y elementos que combinados, escitan los más bellos sentimientos del corazón, inspirando en los concurrentes, cuando no religiosidad, respeto, al menos, y aprecio por la ocasión que les proporcionan de conocer las producciones del talento y del saber humano. Este respeto, que se estiende hasta al indiferente y el incrédulo, crece y sube á todo su colmo, después de haberse contemplado las maravillas artísticas del genio creador de nuestros mayores; pues asaltada la imaginación del hombre con la representación viva de aquellos objetos, a través de la patética escena que á su vista se presenta; mil y mil ideas le acometen, halagüeñas unas, tristes otras; fluctuando el mortal en ese océano de esperanzas, de dudas y de temores, por un sentimiento involuntario, de que no puede prescindir, dobla la rodilla y, bajando su cerviz, tributa al Creador el homenaje que le es propio. ¡Triunfo magnífico! ¡Triunfo brillante y glorioso que consigue la Religión del corazón humano por medio de las procesiones de Semana Santa! Luego estos actos, más bien que irreverencias, como dicen sus injustos adversarios, producen importantes resultados.

Más también afirman, que dichas procesiones solo sirven para distraer la atención de los fieles en días tan santos, de objetos más dignos de la consideración del cristiano... ¿Qué objeto hay más digno de la consideración de un creyente, que aquel que con mayor relieve manifiesta el amor del Hacedor Supremo al hombre, y de los deberes de este por su bondad y misericordia? Aluden, empero, los autores de aquel aserto, á la asistencia á los templos en los días de Semana Santa; á la visita de los Sagrarios, y a otros ejercicios devotos que creen desatendidos de los fieles por las salidas de las cofradías. ¡Qué error! La piedad sevillana no desmiente su acrisolada reputación; para ella no hay obstáculo en el desahogo de su fervor, ni inconveniente que su celo no venza. Sus deberes religiosos son sus primeras y más sagradas obligaciones; nada, pues, le perjudican las procesiones de Semana Santa. ¡Díganlo, si nó esos templos henchidos en dichos días, y á todas horas, de personas de todas clases y condiciones, dirigiendo fervientes preces al Todopoderoso! ¡Díganlo esas ceremonias sagradas, que se celebran con tanta pompa, como concurrencia cristiana! ¡Díganlo esa multitud de actos devotos, que á espensas de la liberalidad de los fieles se hacen y practican en ese tiempo santo! ¡Díganlo en fin! Más basta: ¿para qué detenernos en más prolijos detalles, cuando todo lo que vemos y presenciamos en esos días á voz en cuello habla y grita a favor de nuestro intento? Los que con tanta ligereza se han atrevido á producir esas razones desconocen la historia y tradiciones de Sevilla, y que el espíritu religioso, savia que la sostiene y vivifica, es el mayor distintivo y blasón de sus hijos"

(José Bermejo y Carballo. Año 1882)

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